Hay tantas Gomilas como personas la habitaron y ninguno es su exclusivo intérprete: es la suma de la división y experiencia de todas ellas lo que refleja el espíritu poliédrico de la plaza que fué y dejó de ser. De locus fulgurante a lo que a lo que los norteamericanos llaman un has been, para acabar desembocando en una pausada primero y fulminante después, decadencia absoluta. Pero si digo habitar y no visitar es porque la plaza Gomila era un lugar donde se viviía con feliz intensidad y no existía el concepto de estar de paso, fuera la hora que fuera. La vida allí, al margen de la ciudad levítica, era un oasis de plenitud no exento de riesgo -no hay vida sin riesgo-, tocado por la alegría de ser contemporáneosy disfrutar de ello.