La lógica industrial no forma parte solamente de los modos de producción de objetos de consumo, sino que se ha convertido en algo inherente a todas las instancias fundamentales del capitalismo contemporáneo. La tecnología en su conjunto, el sistema de transportes, la escuela o el sistema sanitario han adoptado la industrialización y el crecimiento exacerbado y sin fin como la única arquitectura posible. Para el autor de La convivencialidad, «la superproducción industrial de un servicio tiene efectos secundarios tan catastróficos y destructores como la superproducción de un bien». En esta crítica se basa su teoría de los umbrales: a partir de un determinado umbral de desarrollo, las instituciones educativas producen más ignorancia que conocimiento, las instituciones sanitarias producen nuevas enfermedades asociadas a los tratamientos o la industria automovilística no resuelve, sino que generaliza, los problemas de movilidad.