Una madre y sus tres hijos huyen del Líbano, inmerso por entonces en una guerra civil, para asilarse en París. Su marido, obligado a quedarse en Beirut por motivos profesionales, no sabe si podrá reunirse con ellos. El menor de los hijos, de apenas diez años, se llama Wajdi Mouawad, testigo mudo de cómo el exilio fue aniquilando por dentro a la persona que le era más querida, su madre, una mujer formidable, compleja, inteligente, de fuerte carácter, que, como tantos desterrados, pasó los años siguientes pendiente del teléfono y viendo por la televisión cómo la apisonadora de la guerra trituraba su país, su ciudad, su barrio, su casa y a su gente. Lejos de la atmósfera lingüística donde Mouawad nació lo que, como escritor, durante mucho tiempo, le ha impedido nombrar en su lengua materna cierta realidad y consciente de la fragilidad de la memoria, en esta obra despliega por medio de una escritura entre forense y onírica, hilando lo decible con lo indecible, una ficción en la que los ojos de un niño desvelan la violencia del exilio que vivió su madre, Jacqueline, junto a sus hermanos a lo largo de cinco años e