Monos que se fugan de las jaulas de los laboratorios, cerdos que se niegan a bajar la rampa del matadero, vacas que arriesgan su vida y se enfrentan a quienes les roban sus hijos, cabras que escapan de subastas ganaderas y regresan para liberar a sus compañeras, gorilas que desactivan trampas de cazadores y avisan a otras especies de la amenaza, caballos que rechazan correr en los circuitos hípicos, elefantes que atacan a quienes los torturan en circos, orcas que hunden yates ultracontaminantes... Aunque se supone que los animales no tienen voz, todas estas acciones hablan por sí mismas. Así, las historias de rebelión y resistencia de los animales insisten en que los escuchemos y los reconozcamos como prójimos en la lucha por la justicia social. En este sentido, no podemos olvidar que todas las estructuras urbanas, comerciales e industriales del capitalismo han dependido históricamente (y siguen haciéndolo) de la explotación animal. La insurrección de los animales es por tanto un fenómeno social y político que, sin embargo, no solemos ver.