Un monje japonés escribió hace muchos, mucho años:
Se llevo todo
el ladrón, todo
menos la luna.
Era su forma de decir que nadie se puede llevar lo que, como el viento o la luz, no es de nadie y a todos pertenece. La luna del poema de Rodari es esa que el ladrón no se pudo llevar. Solo es de quien se detiene a mirarla, no importa el lugar en que viva, la raza que tenga, o lo pobre y desamparado que esté. La luna es un palacio donde todos pueden entrar, nos dice Rodari. El palacio donde nacen los cuentos, que también son de todos y de nadie.
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