Han pasado más de dos décadas desde que se publicó Queridos mallorquines, y nunca
me pareció oportuno acometer una segunda parte. Pero es cierto que me había quedado con
ganas de contar alguna cosa más, porque el carácter peculiar del mallorquín no es pura anécdota. Viene sólidamente respaldado por razones históricas, muchas de las cuales vale la pena
analizar. Hoy la forma de vestir, las casas y los objetos que nos rodean, tienden a parecerse
en todo el mundo. Estamos globalizados en todo lo externo. Pero ¿qué pasa con lo interno?
¿Ha cambiado la mente de las personas a la misma velocidad? ¿Creen que un mallorquín y
un alemán se parecen mucho? Las madres y las abuelas siguen transmitiendo a los niños una
filosofía básica que se incrusta en los lóbulos cerebrales y tiende a mantenerse por generaciones. Si la primera edición de Queridos mallorquines causó revuelo, he de decir que la ristra
de anécdotas que siguió fue interminable. Aquí les contaré algunas de ellas. Pero también les
invito a leer algunos capítulos que se quedaron en el tintero.